Luis Cisneros Quirarte
@luiscisnerosq
Ser o no ser a los quinientos años de la muerte de Shakespeare
La disyuntiva que hoy enfrenta la Gran Bretaña e Irlanda del
Norte en realidad es una que comparte con la comunidad internacional y con
implicaciones para el futuro de la civilización humana. Tiene que ver con la continuidad
del modelo de Estado-Nación que surgió después de las monarquías absolutas del
siglo dieciocho, o bien, con la superación de dicho modelo y su transformación en
uno nuevo: el Estado-supranacional.
El próximo 23 de junio los británicos e irlandeses del norte mayores de 18 años decidirán
en un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido a la Unión Europea (UE). Ese día
cruzaran en sus boletas la opción permanecer
(stay in) o dejar (leave) a la
pregunta: ¿debería el Reino Unido permanecer como miembro de la UE o dejar la UE ?
Se trata de una cuestión que polariza al país.
Todas las encuestas al respecto lo retratan dividido en idénticas mitades. Es
una moneda lanzada al aire que provoca el nerviosismo de Alemania y Francia,
por una parte, e incluso de los Estados Unidos de América. La eventual salida
del Reino Unido al mercado común europeo dejaría en evidencia la relación
asimétrica entre los socios políticos y comerciales fundadores de la Unión –franceses y alemanes,
que vieron en la integración comercial la vía para evitar conflictos bélicos
como los que padecieron en dos guerras mundiales- y podría significar a su vez
un fuerte revés al integracionismo económico que Estados Unidos ha promovido a
partir de la caída del comunismo en Europa del Este.
El primer ministro David Cameron y su Partido
Conservador enfrentaron, en las pasadas elecciones de 2015, el crecimiento del emergente
UKIP de Nigel Farage, que en sus siglas lleva su programa –Partido por la Independencia del
Reino Unido- y que provocó la migración de muchos votantes conservadores. Incluso
dentro de las filas del partido de Cameron, un ala coincide en la conveniencia
de salir de la Unión Europea.
El descontento popular británico con las medidas de austeridad a que obliga la
disciplina financiera del continente, y por la desbordada migración en las
urbes inglesas que resultan de la apertura de fronteras entre los países
miembros de la Unión ,
es tal, que para lograr su reelección, David Cameron tuvo que prometer convocar
a referéndum en el primer año de su nueva gestión.
Por otra parte, en la misma elección de 2015,
el Partido Nacional Escocés, con su propia agenda independentista –esta respecto
a la pertenencia al Reino Unido- logró
pasar de tener seis diputados a ganar en 56 de los 59 escaños por los que
compitió. Es decir, observamos en el Reino Unido y en Europa misma dos tendencias
en sentido opuesto y con sus propias resistencias: una que tiende a la
integración política supranacional, y otra que va de vuelta a los
regionalismos, quebrando la unidad nacional de estados como el Reino Unido con
el reto escocés y España con la cuestión catalana.
Los argumentos de la coalición que promueve el Brexit -la salida-
tienen que ver con la pérdida de soberanía política. Que las decisiones
políticas que se toman en Bruselas, la capital de la Unión Europea , y que impactan
en la vida de los ciudadanos de la Gran
Bretaña e Irlanda del Norte, son tomadas por políticos que no
fueron electos por los ciudadanos británicos. Se oponen a una unión siempre creciente (“ever closer
union”) que eventualmente se transforme en un Estado supranacional. A esta
coalición, además del UKIP, se han sumado alrededor de la mitad de los
diputados del Partido Conservador y cinco ministros del gabinete de Cameron; es
decir, el Partido Conservador como tal se ha mantenido neutral. Los proponentes
de permanecer son el primer ministro conservador, Cameron, y sus opositores del
Partido Laborista, los Liberales Demócratas e incluso los Nacionalistas
Escoceses. Su temor es que la salida de Europa traiga indeseables consecuencias
económicas y erosione el papel de la Gran
Bretaña en el concierto mundial. Por supuesto la amenaza del
fundamentalismo yihadista y las grandes migraciones de África y Asia a Europa
subyacen al debate.
Se puede sostener que el tan temido gobierno
supranacional ya existe. Y no nos referimos a la ONU , o su antecesora, la Sociedad de las Naciones,
ambas nacidas respectivamente tras la primera y segunda guerra mundial como un
foro de deliberación de la comunidad internacional. En todo caso, el Consejo de
Seguridad de la ONU ,
integrado en forma permanente por Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el
Reino Unido, es lo más cercano a un gobierno mundial, al menos en el asunto más
importante que tienen los estados bajo su ámbito de autoridad, declarar la
guerra a otro estado.
No. El ejemplo está dado desde el siglo dieciocho,
aunque entonces se trató de una excepción histórica. Los Estados Unidos de
América fueron un ejercicio de integración política entre soberanías dispersas
y tema de intensa polémica desde la fundación del país, que incluso fue motivo
de una guerra civil. Precisamente por eso hoy se habla del proyecto de los
Estados Unidos de Europa. Una federación de estados que acuerdan restringir su
soberanía en temas comunes. El propio Reino Unido es un Estado constituido por
cuatro naciones, un país de cuatro países: Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda
del Norte. Y de allí la relevancia del resultado del referéndum británico, no
solamente por sus implicaciones locales, sino sobre todo por las globales.
Emmanuel Kant, el filósofo por excelencia de la Ilustración , que fue
además el periodo histórico en el que la soberanía dejó de ser un regalo divino
a los reyes para transformarse en un derecho de los pueblos que ellos delegan
temporalmente en sus gobernantes, escribió en 1795 La Paz Perpetua. Allí, Kant
postuló su tesis de la ciudadanía cosmopolita, y que de la misma manera en que
los hombres se organizaban en estados para preservar la paz y su seguridad, igualmente,
las naciones tendrían que organizarse en una federación de estados.
La humanidad es muy joven. Con apenas seis mil
años transcurridos desde las primeras civilizaciones en Mesopotamia y Egipto,
el logro de una civilización planetaria que logre erradicar la miseria y el
hambre, potenciar los recursos energéticos sin poner en riesgo el equilibrio
ecológico y terminar con las guerras, es hoy asunto de ciencia ficción, y no de
ciencia política. Cuestión de perspectiva. El Reino Unido, entre tanto, como
Hamlet, deberá tomar su decisión.